Se había quedado solo. Estaba creyendo que todavía el feliz cumpleaños, y la siesta y el banquito de la cocina. De un prendedor celeste colgaba su saco más cómodo, se lo había sacado una brisita nomás y ya no pudo volver a usarlo.
Años de feria en feria buscando otro prendedor.
Cómo sería? Los puntos se estaban soltando. Tendría que descubrir su cara, sólo eso. No podía. Las manos atajando los puntos quedaban ocupadas en la red de lana. Puso su cara en la vidriera para que la descubrieran, los pasantes se la dibujaron, la cortaron, le metieron un sombrero moderno, le hablaban por un ojo, le sombrearon la oreja, le adosaban cartelitos con indicaciones. Y él con las manos en la lana. Un prendedor falseado le cerraba el paso. Una alegría de feria lo empujaba. Un ojo le hubiera bastado. Los alfileres sueltos no alcanzaban. Su mirada forzaba un Santa Clara o un punto Jersey.
noviembre 20, 2009
noviembre 05, 2009
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-Y entonces qué? Lo vas a dejar ahí? –. Raúl la miraba sin interés, irritado por el ansia de Carmen.
- Sí – le contestó para no desanimarla. El invierno los mantenía encerrados, el olor a gas de la estufa del living los mantenía algo mareados. Carmen daba vueltas en círculo alrededor de la mesa, como si pudiera con ese movimiento, generar una fuente de aire para oxigenar el ambiente.
– Pero se va a perder – dijo en el último de los giros
– No se puede perder más – dijo Raúl.
Carmen resopló como un caballo, pero el oxígeno no aparecía. Trabó la ventana, para no correr riesgos: nunca le había gustado la idea de morir sola. Se cubrió la boca con un pañuelo de gasa y miraba a Raúl con preguntas. Raúl se había puesto la campera sobre los hombros, la mano alcanzaba el picaporte de la puerta.
- No te lo podés llevar y volver a traer, a ver si avanza? – resistió ella.
- Si avanza se va a perder más. Además no tengo dónde dejarlo.
Lo miró con dudas, aunque era inútil la idea de que Raúl se lo llevara a su casa, no era lugar. Estaba perdido. Raúl sabía que Carmen no iba a dejar las cosas así, y se entregó a lo que seguía como una vaca a la bocina de un auto.
- No lo podemos dejar así! – gritó Carmen desde atrás del pañuelo. Raúl se quedó en silencio y decidió probar suerte.
- Si intento algo es riesgoso. Ya probé, desde el lateral hacia adelante y fue peor – hablaba sin esperanzas y sin sacar la mano del picaporte. Carmen, tomando sus palabras como un retazo de soga, sugirió otras posibilidades ofreciendo una lista propia de combinaciones posibles,
- Bueno – dijo Raúl cerrando los ojos – si vamos a empezar al tanteo también tiremos un dado!
- Dale!
- Está bien
- Ay no..
- Salió 5. Bueno, andá, dejámelo a mí.
- Al mayor de dos! – Carmen se tiró a la última pileta.
- Imposible con la insistencia. Seis. Esto no se termina más, necesito una pausa antes de seguir. Me voy a dar una vuelta y vengo – mientras Raúl decía esto, Carmen corrió a abrir las ventanas y se ató el pelo con el pañuelo de gasa.
- Sí, pero dejame una referencia – soltó Carmen en el colmo del atrevimiento. Raúl sintió que se convertía en cayado y se movió como si lo hubieran sacudido de la punta, miró a su alrededor buscando el escape. No le iba a coincidir nunca. Carmen ya lo miraba con una libretita y un lápiz en la mano.
- Bueno… tomá nota.
-Y entonces qué? Lo vas a dejar ahí? –. Raúl la miraba sin interés, irritado por el ansia de Carmen.
- Sí – le contestó para no desanimarla. El invierno los mantenía encerrados, el olor a gas de la estufa del living los mantenía algo mareados. Carmen daba vueltas en círculo alrededor de la mesa, como si pudiera con ese movimiento, generar una fuente de aire para oxigenar el ambiente.
– Pero se va a perder – dijo en el último de los giros
– No se puede perder más – dijo Raúl.
Carmen resopló como un caballo, pero el oxígeno no aparecía. Trabó la ventana, para no correr riesgos: nunca le había gustado la idea de morir sola. Se cubrió la boca con un pañuelo de gasa y miraba a Raúl con preguntas. Raúl se había puesto la campera sobre los hombros, la mano alcanzaba el picaporte de la puerta.
- No te lo podés llevar y volver a traer, a ver si avanza? – resistió ella.
- Si avanza se va a perder más. Además no tengo dónde dejarlo.
Lo miró con dudas, aunque era inútil la idea de que Raúl se lo llevara a su casa, no era lugar. Estaba perdido. Raúl sabía que Carmen no iba a dejar las cosas así, y se entregó a lo que seguía como una vaca a la bocina de un auto.
- No lo podemos dejar así! – gritó Carmen desde atrás del pañuelo. Raúl se quedó en silencio y decidió probar suerte.
- Si intento algo es riesgoso. Ya probé, desde el lateral hacia adelante y fue peor – hablaba sin esperanzas y sin sacar la mano del picaporte. Carmen, tomando sus palabras como un retazo de soga, sugirió otras posibilidades ofreciendo una lista propia de combinaciones posibles,
- Bueno – dijo Raúl cerrando los ojos – si vamos a empezar al tanteo también tiremos un dado!
- Dale!
- Está bien
- Ay no..
- Salió 5. Bueno, andá, dejámelo a mí.
- Al mayor de dos! – Carmen se tiró a la última pileta.
- Imposible con la insistencia. Seis. Esto no se termina más, necesito una pausa antes de seguir. Me voy a dar una vuelta y vengo – mientras Raúl decía esto, Carmen corrió a abrir las ventanas y se ató el pelo con el pañuelo de gasa.
- Sí, pero dejame una referencia – soltó Carmen en el colmo del atrevimiento. Raúl sintió que se convertía en cayado y se movió como si lo hubieran sacudido de la punta, miró a su alrededor buscando el escape. No le iba a coincidir nunca. Carmen ya lo miraba con una libretita y un lápiz en la mano.
- Bueno… tomá nota.
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