diciembre 08, 2011

Elsa María era dura y hábil como un plumero. A veces iba al anfiteatro del zoológico a probar sus pasos, pero se distraía con una soga que colgaba del poste de luz: se agarraba con las dos manos del extremo suelto y se dejaba balancear, sus zapatillas borraban el polvo de las baldosas rojas.
Yo no baldeaba el piso. Cuando estaba limpio Elsa María se colgaba inmóvil de la soga como el plumero a su clavo. Si bien en una bailarina de su talla esto se transformaba en un Solo para la soga, mi estómago no descansaba hasta que ella no empezaba a moverse.
- Respirá Elsa, respirá Elsa – decía yo en voz baja. Pero eso no daba ningún resultado.
Un día la encontré construyendo una tarima de madera, Elsa María martillaba como un chico dibuja un barco y espera que flote. Las astillas de la madera seca saltaban con sus golpes, cada tanto algún clavo sobrevivía uniendo dos pedazos, los demás pasaban de largo. Ese era un trabajo largísimo, se iba a rematar. Hacía días que yo ni siquiera barría las baldosas, pero ella ya había encontrado otra cosa.